¿Quién es el dueño de tu dinero? No hay respuesta simple
Todo el ecosistema de las criptomonedas está convulsionado por el auge del capital institucional. En el pasado, las alzas han sido impulsadas principalmente por el sector de los minoristas. Sin embargo, las cosas son diferentes ahora. Estamos en el comienzo de una nueva era. Nuestra comunidad está cambiando. Primero, llegaron los cypherpunks. Luego, los anarquistas. Luego, los libertarios. Más recientemente, llegaron los especuladores minoristas, los capitalistas de riesgo y las oficinas familiares. Ahora están llegando los fondos de cobertura. Lo que implica que el elemento ideológico está perdiendo fuerza en la medida que la comunidad cambia su configuración. ¿Quién es el dueño de tus bitcoins?
Para nadie es un secreto que los bitcoiners de la vieja escuela tienen un concepto muy extraño de la “propiedad”. Muchas de estas ideas provienen del individualismo radical de la filosofía anarcocapitalista que confunde la custodia con la propiedad. Es decir, el dinero en el banco no es tu dinero. Pero el dinero debajo de tu colchón sí lo es. Más allá de eso, es la desconfianza extrema ante los Gobiernos y los colectivos. En otras palabras, solo el individual es confiable. El “otro” nunca lo es.
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Se piensa que el dinero debajo del colchón no es confiscable, por el simple hecho de no estar bajo la custodia de organizaciones controladas por las autoridades. Con frecuencia, se cita el caso de la crisis financiera del 2012-1013 en Chipre para afirmar que si pasó esa vez en Chipre seguramente pasará en los Estados Unidos y en el resto de Europa.
Es cierto que en el pasado muchos países se han visto en la obligación de congelar temporalmente los depósitos bancarios durante un pánico para evitar la fuga de capitales y de este modo impedir un colapso financiero. Sin embargo, debemos ser muy cuidadosos en llevar este peligro al extremo, presentando como un hecho que lo mismo va a ocurrir a nivel global. No, señores paranoicos. No estoy siendo ingenioso. Si bien es cierto que es una posibilidad, es muy improbable. También es cierto que Internet puede apagarse.
En la eventualidad de estos casos extremos, lo mejor sería tener amigos y objetos físicos, porque estamos hablando en un escenario apocalíptico. Durante los apagones en Venezuela del 2019, no hubo electricidad, teléfonos, ni bancos por varios días. La única manera de realizar transacciones era con dinero en efectivo o crédito.
Mi caso era muy especial, porque, por vivir muy cerca de un hospital, contaba con electricidad, teléfono e internet. Pero no servía de mucho porque los bancos no funcionaban, y no me podía comunicar con los demás. Mis bitcoins en mi cartera hardware no servían de nada. Mis bitcoins en otras carteras no servían de nada. Mi dinero en el banco no servía de nada. En esos casos excepcionales, lo único que realmente funciona es la comida en la despensa, el vecino amigo, y los objetos físicos.
Siempre escuchamos de hackeos, de personas olvidando su clave privada, y de bitcoins de la Dark Web confiscados por las autoridades, pero lo único que parece importar es que el Gobierno de Chipre intervino la banca en el 2012. Sin embargo, me temo que todo lo transferible es confiscable. El dinero en efectivo es confiscable. El oro es confiscable. Claro que todo es relativo. Nadie está negando que el dinero en el banco es más confiscable que el efectivo o el oro. Pero eso también va a depender de la jurisdicción del banco. No es lo mismo tener fondos en un banco venezolano que en un banco suizo.
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Ahora bien, al individualismo radical se le olvida que el dinero es una empresa social. En efecto, el acto de acumular dinero debajo del colchón presenta grandes limitaciones. Por un lado, no es seguro. Todos sabemos lo peligroso que es depender de la memoria o los secretos. Claro que podemos esconder nuestra clave secreta y tomar todas las previsiones. Pero, ¿qué pasa en el caso de muerte? ¿Pasará a nuestros herederos? Bueno, podríamos compartir nuestros secretos con ellos, pero eso requiere salirnos un poco de nuestro radicalismo para confiar en otros.
Sin embargo, pese a todos los riesgos y la responsabilidad que implica la custodia personal, también debemos recordar que estamos ante una actividad sumamente solitaria. Este es un escenario que asume que el individuo es la unidad principal de la economía. Y no toma en cuenta a las organizaciones más complejas.
Supongamos que el gremio de camioneros en un país X quiere abrir un fondo de jubilación para sus afiliados. La junta directiva escoge a un administrador externo para que administre dicho fondo. Luego, el administrador diseña un portafolio de inversiones para colocar el dinero de los camioneros. En este caso, el administrador no se puede dar el lujo de decirle a la junta que guardará el dinero debajo de su colchón y solo él tendrá la clave de acceso. Eso sería una locura inaceptable. Lo más inteligente sería escoger a un tercero (sumamente regulado) que garantice el depósito con un seguro.
Este es el esquema normal en el mundo de los fondos de cobertura. Aquí la custodia no es sinónimo de propiedad. Esta es una red con balances y chequeos. El Gobierno participa para velar por los intereses del consumidor. En este caso, los camioneros. El custodio no es el dueño del dinero. Y el administrador tampoco es el dueño del dinero. El dueño es un colectivo. ¿Quién tiene la llave privada? No importa. Los verdaderos dueños seguramente tienen un contrato debidamente registrado que sirve como certificado de propiedad de esos fondos.
Pero, ¿qué sucede si eres un anarquista o un libertario y no crees en colectivos, en tribunales ni en Gobiernos? En este caso, la cosa se complica. La opción más segura sería recurrir a la responsabilidad individual. En el pasado, en efecto, los radicales de esta corriente han recurrido al oro, a la tierra y al uso de armas para ser “propietarios”. Pero ese no es el mundo del capital institucional. El mundo del capital institucional es mucho más social y el concepto de propiedad es más fluido y menos inflexible.
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El tener dinero debajo del colchón siempre se ha asociado con el retraso económico. En parte, porque te aísla del sistema bancario. He ahí el problema de los no bancarizados. ¿Por qué esto es un problema? Bueno, porque pierdes, por ejemplo, acceso a servicios como el crédito.
Ahora bien, la llegada del capital institucional significa un gran desafío para las personas que tienen ideas radicales en torno del concepto de propiedad. Entonces, debemos prepararnos porque comenzaremos a ver más titulares como estos: “Los bitcoins en Paypal no son tus bitcoins”. “Coinbase es un banco”, etc.
Ser dueño de tu dinero no significa que tienes tu llave privada. Este es un concepto ha nacido de un sector. Pero no necesariamente representa al resto del mundo. ¿Cuánto dinero está bajo la custodia personal de Jeff Bezos, Bill Gates o Warren Buffet? No mucho. Pero eso no significa que no sean dueños de nada.
Bitcoin está creciendo. Eso implica que llegó la hora de madurar. Los radicalismos son posibles en grupos pequeños, porque es mucho más difícil ser un radical en grupos más grandes. He aquí un pensamiento: El impacto del capital institucional irá más allá de una subida del precio. También afectará la cultura Bitcoin.