Los excesos de la tecnofilia: ¿Es la tecnología tan buena?
El mundo está atravesando por una crisis de confianza. Al parecer, nadie es confiable. La gente no es confiable. Los bancos no son confiables. Los medios no son confiables. Los gobiernos no son confiables. Todo parece indicar que el prójimo es vil y el egoísmo es rey. Las comunidades no se construyen sobre una ética de cooperación sino sobre una de competencia. La gente se aprovecha de nosotros. Los bancos nos roban. Los medios nos engañan. Y los gobiernos nos oprimen. Se trata de un credo que gira en torno al individuo. De hecho, este mundo se basa en tres pilares: El individualismo, el fundamentalismo de libre mercado, y la tecnología.
En el mundo de hoy se respira un aire de profundo resentimiento en todos partes. Nadie está en paz. Al parecer, todos están muy molestos por algo. El cinismo y la rabia es el pan nuestro de todos los días. De hecho, no hay que ir muy lejos. Podemos ir a twitter y comenzar a leer los comentarios de las personas. Lo que más se destaca es la mala fe. Los debates normalmente comienzan a la defensiva. Las discusiones son muy superficiales. Todo es dogma y propaganda. Y el ataque personal es la herramienta más usada. Ya no hay debate. Porque ya nadie escucha. Lo que tenemos son enfrentamientos estériles. Todo esto es un reflejo de la crisis de confianza.
De hecho, son tiempos muy difíciles para un escritor. ¿Cuál es el rol de un articulista de opinión? Su rol consiste en despertar conciencias y difundir distintos modos de pensar. Se dedica al estudio crítico de la sociedad. Su interés está en desenmascarar los mecanismos ocultos utilizados por las élites, cuestionar las falsas suposiciones colectivas y develar los defectos de la sociedad. La misión es participar en una contienda a muerte contra los mitos, los dogmas, las supersticiones y las farsas sociales. No es una tarea fácil. Hoy en día, el lector promedio solo escucha lo que quiere escuchar. Sus mentes ya están formadas y cerradas. Y lo único que esperan de un artículo es la confirmación de sus propias ideas. No busca cambio. No busca reflexión. Todo está preestablecido. Lo diferente es sospechoso.
¿Se puede construir un mundo sin el reconocimiento del otro? La utopía que muchos están construyendo se centra en el individuo vanidoso y la glorificación de la tecnología. La tecnología es genial. Pero una cosa es utilizar la tecnología para mejorar nuestras vidas y otra muy distinta es colocar la tecnología en un pedestal. Los tecnofilos tienden a sobreestimar la tecnología. Me temo que caen en el error de pensar que todos los problemas se pueden solucionar con un dispositivo o un algoritmo. Por ejemplo, la frase: “Bitcoin fix that”. Sencilla, absoluta y totalitaria.
Los libertarios de Silicon Valley en la medida que ganan poder están infundiendo sus valores en el mundo. ¿En qué consiste esta ideología californiana? Libertarismo, individualismo, contracultura, tecnofilia, y plutocracia anarco-capitalista. Nuestra fe no está en lo humano. Nuestra fe está en la tecnología. La tecnología es poderosa, útil, precisa, neutra, justa, igualitaria, segura, y buena. Ahora bien, el problema no yace en la tecnología como tal. El problema yace en la glorificación de una tecnología por encima de todo lo demás.
La tecnología es, básicamente, una herramienta que nos permite realizar una tarea mucho mejor. El bisturí, por ejemplo. Su virtud radica en su especialización. Hacer cortes extremadamente precisos. Los médicos cirujanos hacen uso del bisturí todo el tiempo en sus operaciones. Sin lugar a dudas, es una herramienta muy útil y precisa. Pero un bisturí es un peligro en las manos de un niño. El bisturí requiere entrenamiento. Además, no es muy útil para muchas tareas. No es el instrumento ideal en la cocina, por ejemplo. No es un instrumento útil para un leñador. En otras palabras, toda tecnología tiene su contraindicación y su limitación. Mientras mejor sea una tecnología, mayores son sus contraindicaciones y sus limitaciones.
La eficiencia es específica. Lo que implica que en la virtud también yace el defecto. Un auto deportivo es veloz, potente, y hermoso. Pero también es costoso, pequeño, y delicado. De pronto, no es la mejor opción para una familia clase media con 2 niños pequeños y otro en camino. Toda tecnología requiere algo de nosotros. Nos da algo y nos quita algo. Normalmente, hace algo muy bien. Y hace otras cosas muy mal. Hay una utilidad. Pero en su poder también se esconde un peligro. El martillo que te pone un clavo en la pared también te puede fracturar un dedo. El zapato de tacón de la fiesta es hermoso, pero no sirve para correr un maratón.
¿Qué es Bitcoin? Bitcoin es un código en una red descentralizada de computadoras. Este código es usado por una comunidad de usuarios como una tasa de cambio. Se trata de un proyecto ciudadano que requiere Internet, electricidad, desarrollo, infraestructura y fe. El código es finito. Entonces, en muchos aspectos, funciona como un coleccionable digital. Eso implica que premia el acaparamiento, favoreciendo a la adaptación temprana. Estamos hablando de un mercado global, fragmentado, y no regulado. Lo que se traduce en escasa liquidez, manipulaciones, y distorsiones. Es decir, un mercado altamente volátil. Esto es un riesgo y, al mismo tiempo, una gran oportunidad.
Bitcoin es muy popular entre los jóvenes de la clase medio-alta profesional urbana. Mucho asiático. Mucho estadounidense. Mucho europeo. Es un activo muy popular entre especuladores, capitalistas de riesgo, inversores tecnológicos, fondos de cobertura, oficinas familiares, minoristas, y robinhood traders. Es particularmente atractivo para la derecha política. En especial, los más conservadores en materia económica: Libertarios, ultraconservadores y anarco-capitalistas. Bitcoin es, especialmente, útil para la economía gris debido a su elevada portabilidad y su falta de regulación. Me refiero a la gig economy, los juegos de azar, el mercado de divisas (paralelo), y la Red Oscura.
Ahora bien, un código es una abstracción. Es decir, no se come. Es un mecanismo de organización social. Pero, más allá de eso, no sirve de nada. Es un medio de intercambio con valor monetario. No obstante, carece de valor intrínseco. O sea, no es una manzana o una casa. Es un código. Letras y números. Su verdadera utilidad yace en el pacto social que se forma a su alrededor. En consecuencia, Bitcoin es una fe. Debido a su suministro limitado, a todos nos conviene su crecimiento. Entonces, es muy fácil caer en el fanatismo y la sobrepromoción. A los tenderos de Bitcoin nos conviene crear un movimiento dinámico a su alrededor por razones psicológicas, sociales y económicas. El motivo es simple: La fe nos hará ricos. He ahí el origen de tanta idealización. La romantización de Bitcoin es la consecuencia de los deseos de riquezas de los inversores tempranos.
Los primeros mineros hoy son los grandes titanes de esta industria emergente. Bitcoin es la panacea. Porque nos conviene que la gente crea que Bitcoin es la panacea. La fe genera compras. Y las compras suben el precio. Si vives en una aldea africana sin electricidad, lo más seguro es que un lote de tierra sea más importante para ti que un código. Si vives en San Francisco, California, e invertiste en Bitcoin en el 2013, seguramente, eres muy activo en Twitter hablando de la importancia de Bitcoin para la salvación del mundo. La tecnología no siempre beneficia a todos por igual. La tecnología es parcial. Y crea sus propias dinámicas sociales. No nos engañemos. La tecnología tiene sus ganadores. Y tiene sus perdedores.
Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.
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