Las ciudades inteligentes son el futuro, pero podrían amenazar la privacidad
Es posible que hayas oído alguna vez el término “ciudad inteligente”: una idea futurista y utópica que podríamos ver implantada en un futuro próximo. De hecho, algunas metrópolis —como Singapur, Seúl, Ámsterdam, Oslo y Tokio— ya están en camino de convertirse en “inteligentes”.
Entonces, ¿qué hace que una ciudad sea inteligente? Esa etiqueta es todavía bastante abstracta y puede conllevar diferentes significados, pero si se va por el camino aburrido y se busca en Google, se encontrará con esta definición unificada: una zona urbana interconectada que utiliza varios sensores y otros métodos para recoger datos y utilizarlos para mejorar su funcionamiento.
En otras palabras, una ciudad inteligente es un lugar donde los dispositivos están conectados a una infraestructura común. Como resultado, todo lo que ocurre dentro de esa infraestructura se analiza en tiempo real para lograr diversos objetivos, como reducir los costes y el consumo de recursos, o aumentar el contacto entre los ciudadanos y el gobierno.
Sin embargo, como ya habrás pensado, la conexión de datos y la gestión del acceso a los dispositivos inteligentes es un terreno resbaladizo. La mejor muestra de sus peligros es el mural que Bansky pintó en 2007 en la pared de una oficina de Royal Mail en Londres. En él aparecía un niño escribiendo “One Nation Under CCTV” mientras era vigilado por un policía y un perro. Toda la obra estaba muy bien montada cerca de una cámara de vídeovigilancia real.
Sí, la videovigilancia pública puede ayudar a la policía a recopilar pruebas (y potencialmente a prevenir el crimen, aunque se ha cuestionado su eficacia), pero los efectos secundarios distópicos que provoca en la sociedad —como la sensación de estar vigilado en todo momento y los posibles casos de abuso de las cámaras— son alarmantes.
Y eso ocurre en una sociedad democrática. Ahora, imaginemos este peligroso e imprevisible lado oscuro de la creación de aplicaciones para ciudades inteligentes bajo un régimen autoritario. En realidad, hay un buen ejemplo existente: El tristemente célebre sistema de crédito social de China —un conjunto de bases de datos para supervisar la “fiabilidad” de los individuos— que esencialmente rastrea tu vida las 24 horas del día, evaluando tu lealtad al Estado, y decide si eres o no lo suficientemente buen ciudadano como para disfrutar de tiempos de espera más cortos en los hospitales o tener prioridad para la admisión en las escuelas y el empleo.
Ciudades inteligentes sin intermediarios
Tras seis años de proyectos de investigación y desarrollo en los que hemos experimentado con el Sistema de Archivos Interplanetarios (IPFS), Ethereum y Substrate para construir aplicaciones seguras del Internet de las Cosas (IoT), hemos identificado una parte que puede cambiarse para evitar la mayoría de los efectos secundarios.
El diseño de la infraestructura de la ciudad inteligente tiene un único punto de fallo. Cuando intentas acceder a servicios/dispositivos (como alquilar un auto a través de una aplicación de carsharing), tus datos se transfieren a una empresa de TI y, al revisarlos, esa empresa de TI decide si te concede o no el acceso a sus servicios. Si bien la empresa tiene que evaluar los riesgos antes de prestarte sus servicios (si no son esenciales), este proceso no es justo para el usuario final. Cada vez que alguien consigue recopilar datos, existe la posibilidad de que proceda a recopilar más datos de los necesarios o que utilice tus datos sensibles para obtener un beneficio extra (como venderlos a corredores de datos).
Por suerte, la tecnología blockchain permite combinar todos los detalles económicos y técnicos de una determinada transacción en una transacción “atómica” que ningún intermediario puede leer y abusar. Permite a las personas enviar mensajes directamente a los dispositivos inteligentes (máquinas expendedoras, autos, taquillas o parquímetros) con el pago y todos los detalles técnicos de los servicios que están comprando.
Ahora, imagina que todos estos dispositivos están interconectados a través del paso de mensajería cross-chain (XCMP) y están totalmente sincronizados entre sí, analizando sus transacciones con un único propósito: ofrecer un mejor servicio. Además, los dispositivos IoT habilitados por Polkadot consiguen compartir la seguridad lograda a través de la cadena de relés —el componente central de su red— y otros complejos mecanismos que impiden la mayoría de los vectores de ataque por diseño.
¿No suena eso exactamente como el futuro utópico de la ciudad inteligente que describimos anteriormente, menos todos los efectos secundarios negativos?
La gestión de una ciudad inteligente a través de una blockchain implica miles de transacciones por minuto, algo que la congestionada red de Ethereum no podría manejar, al menos en su fase actual. Polkadot, en cambio, puede proporcionar escalabilidad tanto económica como transaccional al permitir que un conjunto común de validadores asegure múltiples blockchains, repartiendo uniformemente las transacciones entre ellas.
Este artículo no contiene consejos o recomendaciones de inversión. Todas las inversiones y operaciones implican un riesgo, y los lectores deben realizar su propia investigación a la hora de tomar una decisión.
Los puntos de vista, pensamientos y opiniones expresados aquí son solo del autor y no necesariamente reflejan o representan los puntos de vista y opiniones de Cointelegraph.
Sergei Lonshakov es el fundador y líder visionario de Airalab y arquitecto de Robonomics Network, una plataforma futurista, segura y sin servidores del Internet de las Cosas sobre Ethereum y Polkadot.
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