Crisis en el Reino Unido: ¿Qué hemos aprendido?
Todo extremismo destruye lo que afirma. Es decir, el fanatismo es contraproducente. He ahí el problema con la idiosincrasia. Las utopías son perfectas en la mente. Todo es fácil desde la oposición, porque la oposición siempre tiene “la razón” desde las gradas. Los problemas surgen una vez que estas ideas mágicas son puestas a prueba en el mundo real. Exactamente. Los revolucionarios son geniales hasta el día que llegan al poder. Al parecer, el mundo real no es como el fantástico. La crisis en el Reino Unido es la historia de una desilusión. Una corriente política tomó una decisión dogmática hecha de manera improvisada y apresurada para luego recibir un duro golpe de realidad. Es la lucha de la ideología contra el pragmatismo.
¿Qué pasó? Bueno, el gobierno de turno en el Reino Unido en estos momentos es un gobierno conservador, los tories. Ahora bien, el partido renovó su liderazgo recientemente cansando de los escándalos de Boris Johnson. El sucesor de Johnson es una mujer, Liz Truss. La dama es defensora a ultranza de una economía al estilo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Esta corriente propone un retorno al liberalismo clásico. Lo que normalmente significa fundamentalismo de libre mercado, reducción de impuestos, desregulación y su buena dosis de anti-estatismo. Muchos de nosotros estamos familiarizados con la ola de este nuevo liberalismo (“neoliberalismo”) durante la década de los 80s y 90s.
Después del colapso puntocom y, en mayor medida, después de la crisis crediticia del 2007-2008, este nuevo liberalismo mostró lo nocivo de sus excesos. He aquí la cuestión. El problema no son las ideas per se. El problema de fondo es el extremismo. En este momento histórico, el centro prácticamente ha desaparecido de la palestra política. La postura moderada yace en una ignorada minoría. Lo de hoy es el populismo. Y la política se ha convertido en una batalla tóxica y estéril entre dos polos irreconciliables. Me refiero, por supuesto, al populismo de derecha y al populismo de izquierda. Nuestro mundo es un mundo conflictivo. Dividido e inmerso en conflictos internos y conflictos externos.
Lo que ocurre en situaciones de este tipo es que las partes no se escuchan. No se escuchan. No se reconocen. Y no se respetan. Las posturas, de hecho, pasan a un segundo plano. El espacio público ya no es para el debate y la cooperación. Lo que, en el fondo, se quiere no es el bien común. Lo que se quiere es la derrota del enemigo. Bienvenidos a la política de la identidad. En un mundo fragmentado (como este), el mundo se divide en dos: Ellos y nosotros. Nosotros somos los buenos. Ellos son los malos. Nosotros siempre somos inocentes. Ellos siempre son los culpables. Para el enemigo, la aniquilación.
Entonces, Liz Truss llega al poder con el apoyo de su partido y lo primero que hace es eliminar impuestos en honor a su reaganismo ochentero. Esto no se hizo siguiendo el buen juicio. Se hizo siguiendo un dogma. La idea general es que, al eliminar los impuestos en la cima, los grandes capitalistas tendrán más dinero para invertir en la economía. Lo que supuestamente impulsa, en consecuencia, el crecimiento y el empleo. Esa idea es un dogma porque es más un artículo de fe que un hecho basado en evidencia empírica. Hay montañas de estudios con data dura que demuestran que esta vieja idea no es del todo exacta. Una reducción a los impuestos en la cima no siempre trae crecimiento y empleo para la sociedad toda. En la mayoría de los casos, lo que en realidad hace es crear más desigualdad. O sea, la evidencia nos indica que este dogma es falso.
Si se reducen los impuestos, pero no se reduce el presupuesto, lo que en realidad se hace es crear un déficit. Y ese déficit se debe cubrir emitiendo más deudas. La lógica reaganiana nos dice que al reducir los impuestos, la economía crece y ese crecimiento cubre ese déficit. Sin embargo, la historia ha probado muchas veces que esa suposición es falsa. Y el mercado lo sabe muy bien. La idea de que el nuevo primer ministro aún vive en el país de las maravillas es lo que creó la crisis de confianza. Estas ideas son buenas para pelear en las redes sociales con los demás. Pero estas prácticas reaccionarias en el mundo real no son un desastre. ¿Acaso el gobierno britanico se fue muy lejos a la derecha? Eso fue lo que creó el pánico.
Ahora bien, debemos recordar que, en estos momentos, el Reino Unido, está pasando por una crisis inflacionaria. Y el Banco de Inglaterra, al igual que la Reserva Federal de los Estados Unidos, ha comenzado a aumentar los costos del crédito con mucha agresividad con la intención de reducir la demanda. O sea, lo que se pretende es quitar liquidez del sistema para bajar la inflación. Ahora, con semejante problema inflacionario en las manos, la recién llegada toma una medida sumamente inflacionaria (por el lado fiscal) que contradice radicalmente y entorpece bastante los esfuerzos del lado monetario. Debido a esta enorme torpeza de su parte, ella creó una crisis de confianza colosal que provocó, a su vez, una huida en estampida en el mercado de bonos. Esto, a su vez, desestabilizó la libra esterlina en un entorno ya bastante inestable.
Después de semejante torta, el nuevo gobierno no tuvo más opción que revertir la medida. Se reemplazó al Canciller de Hacienda por Jeremy Hunt (tori, pero de centro). Esto se hace buscando recuperar la confianza. Pero el problema es que la confianza se puede perder muy rápido, pero se recupera a paso de tortuga. La primera ministra no atendió hoy lunes al parlamento. Lo que no inspira mucha confianza. Francamente, la situación es sumamente bochornosa. Es decir, la crisis en el Reino Unido ahora no es únicamente económica y financiera. También es política.
Debo confesarles que Liz Truss y sus desastrosos primeros días al frente gobierno británico me recuerdan al inversor idiosincrático en el espacio cripto que se apasiona tanto por la narrativa libertaria de Bitcoin que, por seguir ciegamente los dogmas propagados en criptotwitter, pierde dinero en el proceso. Con frecuencia, se vive un mundo fantástico por pertenecer a la tribu. Sin embargo, en algún punto, entre las peleas y las ideologías, se olvida del propósito básico de todo esto. ¿Cuál? Bueno, hacer dinero. Mejor dicho, el propósito de invertir es enriquecer nuestras vidas. Por encima de todo, hay que verle el queso a la tostada.
No hay nada inmoral en invertir con metas meramente financieras. O sea, para comprar Bitcoin, no es obligatorio tragarse la ideología libertaria (tan popular en criptotwitter). Bitcoin es una inversión y una tecnología. Eso implica que su valor es financiero e instrumental. Se usa por conveniencia. Y se conserva por su potencial especulativo. ¿Es necesario la militancia política? No lo creo. En estos tiempos de redes sociales, toda tribu digital produce su propia verdad. La persona, en sus ansias de identidad, con frecuencia, se deja seducir por el fanatismo. Entonces, no acepta la realidad. Ahora la realidad se observa a través de un filtro de sesgos, ilusiones, aspiraciones y sectarismos. La creencia fanática en este mundo fantástico, con mucha frecuencia, nos hace cometer errores en la práctica.
¿Cuáles son las consecuencias de invertir de modo idiosincrático? En el caso de Bitcoin, los bitcoiners (fanáticos) tienden a ser alcistas empedernidos confiando en un falso sentido de la certeza. Piensan, con una confianza excesiva, que Bitcoin es infalible y su futuro es indetenible. En consecuencia, a menudo, compran caro. Se les olvida tomar ganancias durante el ciclo alcista y a reducir pérdidas en el ciclo bajista. Ciegos por un optimismo irracional, en la mayoría de los casos, no implementan una gestión de riesgo medianamente sensata. Confunden el adoctrinamiento libertario con una educación financiera objetiva y un sano entendimiento del verdadero concepto del dinero. Como en el caso de Liz Truss, el inversor idiosincrático, al poner la ideología por encima de las ganancias y la sensatez, permite que los dogmas y el fanatismo contaminen sus inversiones.
Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.
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