Cómo la deflación y el impago ponen en riesgo la economía de China
Lo que pasa en China nos afecta a todos. Sí, aunque estemos lejos y no hablemos chino, lo que ocurre en el gigante asiático tiene repercusiones en nuestra vida cotidiana. ¿Cómo es eso posible? Pues porque China es un actor clave en la economía mundial. Para Latinoamérica, por ejemplo, China es un comprador muy importante de materias primas como el cobre, el hierro o la soja. Además, es un financiador bastante influyente que presta dinero a muchos países de la región.
Entonces, los altibajos de la economía china están estrechamente ligados a los vaivenes de los precios de las materias primas en el mercado internacional. Por eso, debemos seguir muy de cerca lo que allá sucede, porque puede afectar nuestro bolsillo, nuestro trabajo y nuestro bienestar. Así que la próxima vez que veas una noticia sobre China, no cambies de canal, puede que te interese más de lo que crees.
¿Qué pasa cuando los precios bajan en vez de subir? Pues eso es lo que le está pasando a China, la segunda economía más grande del mundo. Y no es una buena noticia, porque significa que la gente consume menos, las empresas ganan menos y el país crece menos. Además, la deuda se vuelve más pesada y difícil de pagar. ¿Cómo se llama este fenómeno? Deflación.
La deflación es el fantasma que acecha a la economía china, que no ha logrado recuperarse de la pandemia como se esperaba. Sus exportaciones han caído, su mercado inmobiliario está en crisis y su inflación se ha vuelto negativa. Sí, has leído bien: los precios al consumidor bajaron un 0,3% en julio comparado con el año anterior. Eso no había pasado desde hace dos años.
¿Sabes qué hace el gobierno chino para evitar que los precios bajen tanto que nadie quiera comprar nada? Pues intenta animar a la gente a pedir préstamos y gastar más dinero, bajando los intereses que cobran los bancos. Pero parece que no funciona muy bien, porque la gente sigue sin tener ganas de comprar. ¿Y por qué pasa esto? Por culpa del virus, la gente tiene miedo de salir y consumir, y los que venden fuera de China también compran menos. Por culpa de la burbuja inmobiliaria, la gente tiene que pagar mucho por sus casas y no les queda dinero para otras cosas. Por culpa del paro juvenil, los jóvenes no tienen trabajo ni ingresos y dependen de sus padres. Y por culpa de la desconfianza en el sector privado, las empresas no invierten ni innovan y se quedan atrás.
Y encima, el gobierno chino no quiere gastar mucho dinero público ni imprimir más billetes, porque dice que eso es malo para la economía. Así que se ve que prefieren tener una economía fría como un helado que una caliente como el sol. ¿No te parece irónico?
China compra materias primas, vende productos manufacturados y presta dinero a muchos países. Si China se estanca, el resto del mundo también lo sufre.
La deflación es como un círculo vicioso: cuanto más bajan los precios, menos gastan las personas, menos ingresan las empresas, menos invierten, menos emplean y menos crece el país. Y así sucesivamente.
Pero no todos los países tienen el mismo problema. Mientras que en Estados Unidos y otras economías grandes se enfrentan a una inflación alta, que les obliga a subir los tipos de interés para frenar el gasto, en China ocurre lo contrario. China es la excepción que confirma la regla. China está sufriendo una desaceleración del crecimiento y una inflación peligrosamente baja. Los últimos datos muestran que los precios al consumo cayeron un 0,3% en julio, en comparación con el año anterior.
¿Y qué hace el gobierno chino para escapar de la deflación? Pues no mucho, la verdad. Se dedica a recortar trámites burocráticos y a poner normas más favorables para los consumidores, pero se olvida de dos instrumentos obvios: los tipos de interés y el gasto público. El banco central ha bajado los tipos solo un 0,1 punto porcentual. Teniendo en cuenta que la inflación está cayendo, el coste real de pedir prestado está aumentando. Y aunque el ministerio de finanzas quiere que los gobiernos locales emitan bonos, no se atreve a hacer más él mismo. La carga recae sobre la parte más estresada de la maquinaria fiscal de China: sus gobiernos locales y sus vehículos de financiación.
¿Por qué el gobierno central es tan tímido? Quizás porque tiene algunas creencias erróneas. La primera es que el estímulo es inútil. Algunos economistas argumentan que las empresas y los hogares no quieren endeudarse más porque ya tienen mucha deuda y temen por el futuro económico de China. Pero eso solo refuerza el caso de una relajación fiscal más contundente, que estabilizaría el empleo, mejoraría los ingresos de los prestatarios privados y aliviaría los sentimientos de inseguridad económica. Además, parece extraño argumentar que la relajación monetaria no funciona antes de haberla probado realmente.
Otra falacia es que hay que inflar un neumático por el agujero del pinchazo. Conscientes de que la confianza de los consumidores es baja, se han centrado en cosas como ampliar el horario de los parques de atracciones y facilitar el cambio de electrodomésticos viejos. En realidad, la mejor forma de impulsar la confianza y el gasto es crear empleos y subir los salarios. Y la mejor forma de hacer eso es relajar la política macroeconómica, no enredar en la microeconomía.
Ahora bien, China tiene un problema de deflación que puede solucionar con estímulo. Pero parece que le falta voluntad política para hacerlo. Lo podría ser un problema. Porque si China se estanca, todo el mundo lo notará.
¿Te imaginas que un día te levantas y todo está más barato? ¿Qué tu dinero vale más y puedes comprar más cosas con él? ¿No sería maravilloso? Pues no, sería terrible. De hecho, por increíble que parezca, es uno de los peores males que puede sufrir una economía.
La deflación significa que los precios bajan porque la demanda es menor que la oferta. La gente compra menos porque espera que los precios sigan bajando, o porque tiene miedo a perder su trabajo o su ingreso. Los empresarios venden menos y ganan menos, así que recortan salarios y empleos. Los trabajadores tienen menos dinero y menos confianza, así que consumen menos. Y así se entra en un círculo vicioso que puede llevar a la recesión o la depresión.
Por otro lado, si los ingresos caen, el peso de la deuda se dispara. Muchas empresas no pueden pagar lo que deben y quiebran. Los bancos se quedan sin dinero y no prestan a nadie. El gobierno tiene que rescatarlos y endeudarse más. Los impuestos suben y los servicios públicos se recortan. La gente se enfada y protesta en las calles. El país entra en crisis política y social. Bueno, eso es lo que puede pasar si hay deflación. Así que no te dejes confundir por los que dicen que la deflación es el paraíso. Es más bien el infierno.
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