Olvidó la clave y está por perder millones. ¿Cómo reacciona el público?
De los 18.5 millones de bitcoins en existencia, al menos un 20% de ellos, yacen en carteras inaccesibles. Estas unidades “pérdidas” ascienden en valor a miles de millones de dólares. Es decir, Bitcoin es más escaso de lo que declaramos, debido a estos bitcoins perdidos. La semana pasada la historia del programador alemán Stefan Thomas causó sensación en la prensa mundial debido a un pequeño, pero costoso descuido. Olvidó su clave. Y está a pocos intentos de perder 7,002 bitcoins (220 millones de dólares aproximadamente).
La noticia es llamativa por la ridiculez del asunto. ¿Cómo es posible perder 220 millones de dólares por olvidar una clave? Parece un chiste. Pero no podemos evitar reírnos con cierto nerviosismo. La pena de ese olvido parece demasiado severa. Claro que la ortodoxia de Bitcoin seguramente comenzará con sus argumentos sobre la responsabilidad personal. La actitud espartana del individuo sufriendo las consecuencias de sus acciones en un universo despiadado. Tener tu llave privada significa que eres dueño de tu dinero. No tener tu llave privada significa que eres dueño de nada. Claro que, si perdiste tu llave privada, lo pierdes todo.
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Stefan Thomas necesita desbloquear su disco duro, porque perdió el documento donde anotó la clave de su IronKey. En su disco duro, tiene la llave privada de su cartera digital. En el mundo “normal”, podría ir a las oficinas de la cartera donde tiene su dinero y con sus documentos de identificación obtener una nueva clave. Pero eso significaría que “no es dueño de su dinero”. Al parecer, la propiedad es un asunto exclusivamente de autocustodia.
Ahora bien, el dinero es una empresa esencialmente social. La gente usa el dinero de múltiples maneras. La forma más limitada de todos es tener dinero en autocustodia. Podría decirse que tener el dinero debajo del colchón es la forma más primitiva de manejar nuestras finanzas. Esta es la actitud más conservadora que puede existir. Los bitcoiners la heredaron de los escarabajos del oro más extremos. Durante las guerras mundiales, muchos escondían oro en escondites secretos para no perderlo todo. ¿Podía un judío alemán confiar en un banco controlado por los nazis? Confiar en un tercero en ese contexto significaba no ser dueño de tu dinero. La autocustodia era la opción más sensata.
En condiciones más normales, sin embargo, la autocustodia no es la opción más segura de todas. De hecho, con frecuencia, la gente escoge colocar dinero en manos de un tercero precisamente por razones de seguridad. Eso no necesariamente implica que no confiamos en nosotros mismos. No es un asunto de baja autoestima. En muchos casos, es un asunto de capacidad. Un tercero puede tener la infraestructura que nosotros no tenemos. En el caso del oro, estaríamos hablando de grandes bóvedas. Pero en el caso de activos digitales, estamos hablando de distintos seguros, que nos protegen en caso de robo, hackeos u olvido de claves.
No todos los bancos son iguales. No podemos comparar un banco confiable en una jurisdicción confiable con un banco estatal controlado por un régimen corrupto y dictatorial. El riesgo no es el mismo en Suiza que en Venezuela o Argentina. Pero, como vivimos en un mundo de paranoia, ahora se desconfía de toda autoridad. Si la institución es grande y prestigiosa, es parte del sistema. Por ende, no es confiable. La mejor opción es lo clandestino. Lo antisistema. El dinero debajo del colchón.
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Nadie podría sacar de sus ideas a los más ortodoxos con el tema de la custodia. Eso es caso perdido. Porque, después de un tiempo, el radicalismo se convierte en un elemento de la personalidad. Sin embargo, aún hay gente pensante por ahí. En otras palabras, la autocustodia no es una panacea. Tiene sus pros y contras. Todo cae en nuestros hombros. Eso es lo bueno. Pero, al mismo tiempo, todo cae en nuestros hombros. Eso es lo malo. O sea, no hay ganancias. No hay plan B. Estas solo a la hora de un problema.
Aquí estoy indagando sobre este tema, porque este es un elemento clave para la adopción masiva de Bitcoin. Las maneras espartanas de la ortodoxia contrastan radicalmente con los deseos del público en general. El público quiere servicios de custodia de Bitcoin. Quiere invertir, pero no quiere los problemas asociados con las llaves privadas, robos y hackeos. No quieren ser un Stefan Thomas. En otras palabras, las historias de los bitcoins perdidos no son buenas para la reputación de Bitcoin. Los bitcoiners tienden a ver esto como un hecho inevitable de la vida. Es decir, las maneras sagradas del todo poderoso San Satoshi Nakamoto. Sin embargo, el gran público no comparte ese mismo respecto seudoreligioso hacia Bitcoin y sus mandatos. Eso de poder perderlo todo por un simple olvido de clave asusta a muchísima gente.
Cuando hablamos de fundamentales, también hablamos de infraestructura. La infraestructura también significa más y mejores servicios de custodia. El modelo anarquista de dinero debajo del colchón no es aplicable al capital institucional, por ejemplo. Las grandes instituciones financieras son organizaciones mucho más complejas que el individuo actuando por cuenta propia. Un fondo de cobertura, por ejemplo, es básicamente un intermediario invirtiendo dinero ajeno. Su administrador no se puede dar el lujo de guardar dinero debajo de su colchón. Sería algo sumamente irresponsable. Lo más sensato sería usar un servicio de custodia. De esta forma, hay mayores garantías.
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Seamos francos. La comunidad Bitcoin se divide en dos. Por una parte, tenemos a un grupo con una agenda política. Estos son los libertarios que promueven su revolución. Ellos quieren una gran reforma del sistema bancario y económico. Por otra parte, están los especuladores que simplemente quieren un mejor rendimiento en sus portafolios. El primer grupo quiere cambiar las maneras del mundo. El segundo grupo quiere desarrollar un mejor producto, escuchado al cliente. En este último caso, no tenemos a Bitcoin como un movimiento revolucionario. Tenemos a Bitcoin como una tecnología útil y rentable. Se trata de un enfoque completamente distinto. El primer grupo tiene muchos influencers en las redes sociales y tiene prácticamente un monopolio sobre la narrativa. El segundo grupo, sin embargo, es más influyente en el precio, porque los grandes compradores pertenecen al segundo grupo.
Ahora bien, eso explica la gran brecha entre lo que se dice y lo se hace en este espacio. Los CEOs de los exchanges, por ejemplo, en sus declaraciones y entrevistas, hablan como libertarios luchando por la revolución. Pero en realidad están ocupados creando productos para el capital institucional. Hablan como revolucionarios, pero actuando como banqueros. ¿Por qué? Porque el público no quiere una revolución. El público quiere mejores productos.